Hay un montón de efectos colaterales que están aconteciendo estos días y que, por no ser de la gravedad extrema que tienen las muertes, que desgraciadamente estamos sufriendo, no son centro de atención. Yo hoy quisiera hablar de uno de ellos, la supremacía del adulcentrismo.
De hecho, el adulcentrismo ya hace años que domina el mundo, la política y la economía, si es que hay diferencia. Es un derivado del utilitarismo y del productivismo extremo. Las únicas unidades sociales que son importantes son aquellas que pueden producir y por lo tanto generar plusvalías. En realidad, siempre ha sido un poco así, durante siglos los niños no contaban como seres, hasta que podían trabajar en el campo, contando que la mortalidad infantil era muy alta. Al mismo tiempo, los viejos también son desplazados a la periferia de la sociedad y se tratan más como una carga económica que como miembros de pleno derecho.
Es cierto que durante unos años de bonanza económica, los niños y los jubilados parecían importantes. En el caso de los niños eran tratados, como las mascotas, como artículos de lujo. Desde la ropa que vestían los sistemas escolares más "progres" eran siempre opciones particulares y privadas. Nunca se pensó en qué sistema de enseñanza era el mejor para ellos si no lo que era posible para los adultos. En el caso de los abuelos, sobre todo en economías como las estadounidenses o las alemanas, no eran importantes por otra cosa que por sus planes de pensiones privados, base de la economía especulativa que activaron los bancos y los fondos de inversiones y que nos llevó al crack de 2008. A partir de entonces, han sido postergados a aspectos residuales (los parques públicos) y otra vez fuentes de especulación (la gestión privada de las residencias y de las guarderías).
Pero centrémonos en el niños. Desde el inicio de la crisis de la Covid-19, los niños han sido un estorbo. No se ha contado, ni con ellos, ni con sus necesidades. Simplemente, se ha aplicado el modo teletrabajo en su educación. A pesar de los esfuerzos las profesores para hacer atractiva la educación telemática, no deja de ser la aplicación de un modelo productivista. Nadie les ha preguntado cómo están llevando el confinamiento. En las ruedas de prensa, se ha dedicado más tiempo a hablar de la situación de los animales de compañía que los niños. Ellos, además, son asintomáticos, por lo tanto, son percibidos como bombas químicas. Simplemente deben quedarse en casa, punto. Ni una alternativa, ni una solución temporal, ni una ayuda a sus padres ni a ellos. Estorban la gestión, adulta, utilitarista, de la crisis así que fuera. Ahora, parece que, con medidas especiales, se volverá a trabajar, pero ellos seguirán en casa, otra cosa no se ha puesto sobre la mesa. Y eso no quita que los padres, en la medida de sus capacidades y recursos, estén haciendo un esfuerzo para que esta situación sea una oportunidad de crear espacios y situaciones interesantes para los niños. Estamos poco acostumbrados a convivir con la infancia. Los niños o bien están en la escuela o en las actividades extraescolares o el esplai o abducidos por algún dispositivo de entretenimiento. Muchos, se habrán sorprendido de la presencia de los niños, de su capacidad y de su energía, ahora contenida. Seguro que a momentos molestos por el ruido y el caos pero también fascinados con su creatividad y capacidad de adaptación.
Otro método para segregarlos, es agruparlos a todos en un solo conjunto. El gobierno habla de los niños en general, desde los bebés a los adolescentes. Como si sus necesidades, preocupaciones, angustias fueran las mismas. La única diferencia es si pueden trabajar o no. Un ejemplo de lo que digo es el permiso especial a los jóvenes migrados no acompañados para trabajar en el campo. La línea de corte han sido los 18 años por cuestiones legales. Indiferente es que muchos de ellos hayan vivido y trabajado más que los adultos, aunque sean menores. Tampoco sus necesidades son importantes, son las necesidades de los productores agroalimentarios las que hay que cubrir. Una vez cubiertas, volverán a su situación irregular que les impide desarrollarse como personas y miembros (que lo son) de nuestra sociedad.
En el caso del confinamiento, no se ha tratado de encontrar soluciones parciales a su situación. Y aún nos extrañamos de que las familias que tienen segunda residencia hayan huido. Es poco solidario, obviamente, poco democrático, son opciones privadas que dependen de los recursos familiares. Pero ¿alguien les ha dado una opción para hacer más llevadero el cierre de los niños?
Yo no tengo las soluciones y no cometeré el error de pensar que lo haría mejor que quien nos gobierna, pero estoy convencido de que los niños/niñas de más 7/8 años, por ejemplo, son capaces de entender y obedecer, mejor que muchos adultos las medidas de seguridad, en términos de protección y distancia social. ¿Puedo salir con el perro pero no con mi hija de once años? ¿Hay espacios que puedan disfrutar al aire libre los niños, aunque sea por separado? ¿Hay posibles monitores que los puedan recoger y llevarlos al parque, en cantidades suficientes para mantener la distancia se seguridad? ¿Hay maneras de llevarlos a la montaña para salidas programadas? ¿Hay posibles horarios que puedan salir en bicicleta, un medio que genera por sí una distancia social? De verdad que lo ignoro, pero sospecho que no se han explorado ninguna de estas opciones, ni ninguna otra. Simplemente los niños no están en la agenda. Hoy mismo, 11 de abril, el Ministro de Sanidad, Salvador Illa, preguntado por el confinamiento infantil dijo: "Nada nos gustaría más que anunciar medidas más permisivas en este sentido, pero pensamos que no es el momento", indicó Illa quien ha asegurado, sin embargo, que "cuando sea posible, se hará". "Permisivas" es la palabra que llama la atención. Porque los niños, claro, necesitan nuestro permiso para salir a la calle. Necesitan nuestro permiso para todo. Porque de entrada, no les está permitido hacer nada, a menos que les damos permiso.
Quizás los que tenemos hijos en casa lo vemos pero, en general, no somos nada conscientes de los efectos del confinamiento en los niños. Y si lo somos, no hemos hecho nada al respecto. Podemos pensar que ahora la prioridad son los enfermos y su curación. El Ministro de Cultura, citando a Orson Welles, dijo que "primero la vida y luego la cultura". El gobierno dice, cada día y por pasiva, que "primero va a vida y luego los niños".
Estos días de Semana Santa son la prueba de que algo no va bien. No son días de escuela, no son días de trabajo. Se hace evidente que el cierre no va sólo de no reunirse en la escuela. El confinamiento, para ellos, es un castigo, sin opción de réplica y se deben estar preguntando que han hecho mal para merecerlo. El pedagogo italiano Francesco Tonucci decía, hace unos años, que en vez de proteger a los niños en casa porque la calle es inseguro, debemos sacar a los niños en la calle para que este vuelva a ser segura. La presencia de los niños humaniza, ralentiza la velocidad y genera espacios de convivencia. Hace unos días le hicieron una entrevista en el Ara y decía que hay que "escuchar las opiniones de los niños, sus miedos y sus propuestas". Estoy convencido de que si lo hicieramos encontraríamos soluciones inesperadas.
Hace unos años, se pusieron de moda los espacios "libres de niños". En restaurantes, sobre todo, se ofrecían espacios de tranquilidad sin el ruido y la molestia de los niños. Ahora, tal vez habría que crear unos espacios libres de adultos, donde los niños pudieran disfrutar de la vida sin la presión economicista-productivista. Estoy convencido de que a partir de ciertas edades serían capaces de gestionar el espacio público de forma segura y responsable. Como sé que no se hará, pido, desde ahora, que cuando esto acabe ni pensamos en volver a la normalidad. Los niños necesitarán un periodo de adaptación, de recreo, de desenfreno, de locura colectiva. La normalidad la necesitan los mercados de valores, los niños necesitan la vida y esta desbordará planes, estudios, calificaciones y protocolos administrativos.
Estamos adquiriendo una deuda con los niños que no sé si seremos capaces de pagar. Pero habrá que intentarlo si no queremos una pandemia de adulcentrismo que, definitivamente, desplace a los niños y a las personas mayores a una situación de ciudadanos de segunda y el precio será la pérdida de todo lo que la imaginación y la experiencia nos pueden ofrecer , que es mucho.
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