Ya hace tiempo que el concepto “solidaridad” me rechina. Quien es solidario se sitúa inmediatamente, en una posición de poder sobre la persona o causa con la que se solidariza. Estoy hasta el gorro de galas solidarias, conciertos solidarios, iniciativas solidarias, campañas solidarias.
Acepto que el primer paso para solucionar un problema es ser consciente de su existencia y en eso la solidaridad ayuda, pero ya basta. Basta de posts en Facebook solidarios con niños enfermos, perros abandonados o mujeres maltratadas. Basta de sentirnos por encima de todos ellos y encima lo suficientemente buenos para solidarizarnos con su sufrimiento.
Es fácil ser solidarios con el pueblo saharaui, pero seguimos sin tener ni puñetera idea de su problema. Es encomiable ser solidario con el pueblo palestino, pero no sabemos ni un 10% de su situación. Es bonito ser solidarios con las mujeres con cáncer de mama, pero ni puta idea de su día a día. Mola ser solidarios con los mineros del carbón, aunque ignoramos para qué coño sirve el carbón hoy día. Y así una infinidad de causas.
Demasiadas causas, demasiada injusticia dispuesta en cómodos plazos para que nos desgarremos en solidaridad, mientras seguimos con nuestra vida, un poco más achuchada a cada día que pasa.
La solidaridad estructura una relación vertical entre el solidario y el damnificado y de una sola dirección. Siempre el de arriba se solidariza con el de abajo, nunca al revés. No hay intercambio, ni puntos de encuentro, como mucho hay limosna. No has de conectar con la persona o causa más allá de una especie de “like” de Facebook avant la lettre, es rápido, aséptico y tranquilizador. Tu puedes solidarizarte con las prostitutas de tu barrio pero no hace falta que las conozcas, no es necesario que sepas sus nombres, de que país vienen, si tienen hijos y si su chulo les pega más o menos. Con solidarizarte con su “desgracia” es suficiente, incluso puedes donar dinero a alguna ONG que les eche una mano.
Por el contrario, creo que deberíamos empatizar. La empatía implica una relación entre iguales porque somos capaces de situarnos en el lugar del otro, sea cual sea su situación. Esa empatía difícilmente aparecerá sin contacto, sin conocimiento profundo de él y sus circunstancias. Y de esa empatía puede surgir la colaboración, es decir, el intercambio. Empatía supone roce con la otra realidad, supone ensuciarse las manos.
Obviamente, las causas, colectivos, pueblos y personas con las que seremos capaces de empatizar será mucho menor, que con los que podamos solidarizarnos, pero esas relaciones serán infinitamente mejores para ambos. Si colaboro con un colectivo de inmigrantes, no les ofrezco ayuda sino que trabajamos juntos con un objetivo común, que es muy distinto. Menos pero mejor.
Recuerdo un caso que Jaime Lerner, arquitecto y alcalde de Curitiva, durante algunos años, explica en su libro “Acupuntura Urbana” sobre un rio en no sé qué ciudad que el ayuntamiento quería sanear ya que era un vertedero, pero no se atrevía a pedir dinero a los ciudadanos para hacerlo. La respuesta solidaria hubiera sido hacer una campaña con fotos idílicas del rio y un eslogan del tipo sentimental. La gente hubiera sentido lástima por el pobre rio. Sin embargo él dio una respuesta, que yo aprovecho para este discurso y la catalogo como empática. Lo que hizo fue señalizar el rio. Los ciudadanos iban por su ciudad y se encontraban con señales, que antes no había, nombrando el rio y señalando su dirección. Con ello no sólo descubrieron su existencia sino que sabían su nombre. Ese rio dejaba de ser aquello lleno de basura para tener un nombre. Ese rio empezó a formar parte de su paisaje mental y algunos fueron a verlo. Al descubrir el estado del rio, de forma espontánea, se organizaron jornadas de recogida de basuras y el ayuntamiento acompañó el proceso, aportando infraestructura. Una vez limpio, el consistorio se atrevió a pedir un pequeño impuesto para una depuradora y varios filtros y con ellos sanearon ese rio que ya era parte de la gente de la ciudad y del cual disfrutaban los domingos. Como era previsible el rio les dio mucho más de los que les pedía.
Para entendernos, solidario es Bill Gates, cuando dona parte de su fortuna a programas de vacunación en África. Empático es Richard Stallman, cuando crea plataformas de software libre y colabora con personas de todo el mundo para el desarrollo de las mismas, ahorrando a personas, entidades y gobiernos miles de millones de euros.
El solidario suele ser afable y siente lastima o incluso cariño por los demás. El empático puede ser incluso antipático y no siempre tiene don de gentes pero sobre aquello que empatiza siente algo similar al respeto. Él no es mejor que los demás y los demás pueden aportarle tanto o más que al revés. Siempre sospecho de aquellos a los que les cae bien todo el mundo, significa que no se ha rozado lo suficiente con ellos, como para ver puntos de desencuentro, generalmente, porque viajan a dos mil pies sobre el resto.
Uno puede solidarizarse con los que están al otro lado del muro, sea geográfico o social, puede incluso enviar ayuda humanitaria, pero con su actitud no deja de legitimar la existencia de ese muro. Si uno empatiza con los del otro lado, sean quienes sean, luchará para acabar con el muro, porque no acepta su existencia.
En fin, escribir este texto es relativamente sencillo, lo difícil será intentar vivir siendo coherente con él. De momento, no me llaméis para maratones solidarias pero contar conmigo, si empatizo con la causa que me proponéis, para ir y arremangarme.
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