Claret Serrahima, Oscar Guayabero (Avui, 20 de julio de 2010)
La ordenanza municipal ha obligado a cerrar los puestos de pájaros de la Rambla, la única opción era sustituirlas por más tiendas de souvenirs?
Pocos barceloneses no tienen un recuerdo de infancia vinculado a los pajaritos, gallinas, conejos o tortugas y peces que se pueden ver y comprar en las paradas de las Ramblas. Estos recuerdos, como dice el androide de Blade Runner, se perderán como lágrimas bajo la lluvia, para que en el futuro ya no será así. Las asociaciones de defensa de los animales lo han celebrado como una victoria. Los políticos, que si se trata de hacer gestos de cara a la galería no dudan nunca, los han hecho felices. La solución ha sido hacer una reconversión de estas paradas en tiendas de souvenirs. La primera que ha sido inaugurada vende tortas, dulces y turrones "típicos de Barcelona". Las próximas tendrán piezas de artesanía y gadgets turísticos diversos, "todos con un criterio de identidad y calidad", según el Ayuntamiento.
Antes también regalaban pollos en la Boqueria cuando comprabas una docena de huevos. El pollo no vivía mucho y tenías una de las primeras experiencias con la muerte. Tal vez era poco compasivo, pero bien educativo: se moría, llorabas, el enterrado en el jardín de casa de la abuela y pasabas el duelo. El pack completo. Ahora sería impensable, tenemos la piel muy fina en cuanto a los animales, a algunos animales: delfines, ballenas, focas, conejos, pájaros de jaula, perros, gatos, ciervos, etcétera, son los que despiertan más empatía. El tema de los toros es un capítulo aparte, en el que se mezclan sentimientos patrios mal entendidos y falta de conocimientos históricos. Ahora bien, escarabajos, piojos, ratas, murciélagos, moscas, palomas de ciudad, lagartos, etcétera, no despiertan la misma simpatía, y tampoco los animales destinados al consumo de carne. Nos importa poco cómo viven los pollos, los corderos y las vacas que nos comemos. Todo ello parece un ecologismo de peluche.
La ordenanza que ha obligado a los pajareros a cerrar dice que los animales en venta no pueden estar a la vista para evitar la compra compulsiva de mascotas. Teóricamente así se evita que luego los abandonen o los tiren por el inodoro. Ocultar el objeto del deseo es una técnica que podríamos aplicar a otros aspectos, como los coches, por ejemplo. O los teléfonos móviles o los anillos de diamantes. Escondemos, pues, cualquier electrodoméstico que funciona con energía que viaja por líneas del alta tensión, verdaderas trampas mortales para los pájaros. Pero, claro, eso es demasiado complejo.
Si la cosa de evitar la visión de las bestias enjauladas, que hacemos con el zoo? No sería lógico desmontarlo urgentemente y construir en el mismo espacio una franquicia de Catalunya en Miniatura? Y si lo que queremos evitar es el maltrato, puede que prohibimos definitivamente la caza, no? ¿Cuántos animales quedan malheridos y sufren agonías innecesarias?
También dicen que las tiendas no estaban condicionadas, que los animales pasaban frío y calor. Se hace difícil entender que no se haya encontrado una solución técnica para mejorar el entorno de los pollos, ah!, Y de paso, del pobre tendero. O es que el tendero no pasa frío y calor?
En todo caso, y aceptando o no-que tal vez era necesario sacar los pajareros, había que sustituirlos por tiendas de souvenirs? Que no es suficiente turística, la Rambla? De alternativas hay un montón. Paseando por París a orillas del Sena se puede comprar libro de viejo. Con el tiempo se ha convertido en típico, pero siguen vendiendo los mismos libros, no los han cambiado por imanes de nevera en forma de libro.
Si queremos recuperar la Rambla, como dice el consistorio, no parece lógico sacar uno de los últimos comercios dirigidos a los barceloneses. Has intentado comprar el diario en algún quiosco de la Rambla? Hay que sortear tres hileras de postales, souvenirs y guías turísticas para llegar al quiosquero que, cuando te ve cara de indígena, frunce el ceño para que no te podrá vender ninguna bufanda del Barça. Las floristas resisten, pero no se sabe por cuánto tiempo.
Definitivamente, estamos perdiendo la Rambla. Cada vez hay menos motivos para pasear. Es un proceso difícil de enderezar, y se convierte en imposible con medidas como estas. ¿De verdad que nadie ha pensado que valía la pena apostar por un consumidor local? Entonces, es que ya han dado la Rambla por perdida, han tirado la toalla. En este punto desfallezcamos. Podríamos seguir criticando, pero todo es tan decepcionante, tan triste y hace tanto calor que sólo se nos ocurre decir: adiós, pajaritos. Adiós, Rambla. Adiós, Barcelona.
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