Cultura y medios

¿De quién es la cultura?

Claret Serrahima, Oscar Guayabero (Avui, 22 de septiembre de 2009)

Es una pregunta estúpida. La cultura es de la sociedad, claro, de los usuarios, de los ciudadanos. Pues bien, eso que parece tan obvio, es justamente lo contrario de lo que ocurre ahora, al menos en nuestro país. Despotismo ilustrado o mercantilización de la cultura, sea como sea salimos malparados. La cultura, a estas alturas, es de las instituciones públicas y privadas que programan, los actores culturales y de los distribuidores y, en todo caso, una parte es de los consumidores, que no de los usuarios.

No siempre una buena política sanitaria es aquella que tiene satisfechos a los médicos, ni una buena política industrial la que aprueban los empresarios. ¿Por qué es diferente la cultura? Cuando los políticos quieren expresar que han hecho un buen trabajo, se hacen una foto con los representantes de los diferentes sectores de la creación. Es decir, ¿una buena política cultural es la que contenta a los artistas? Hace unos días Xavier Fina recordaba cuando Ernest Lluch hizo una ley que impedía que los médicos estuvieran a la vez a su consulta privada ya la Seguridad Social. Hubo huelgas. Aquello fue bueno para la sanidad pública pero no fue bueno para los médicos. Él mismo se preguntaba ¿Podemos pensar que en cultura se tomaran medidas similares?

Políticos y gestores
Un político es ante todo un ideólogo, no un gestor. Esta ideología debería marcar su idea del papel que debe tener la cultura en la sociedad de su tiempo. Una vez aclarado el ideario debe dar las herramientas para que la sociedad genere cultura, sabiendo que su control esta en los principios, no en los resultados finales. A menudo ocurre lo contrario, unos gestores sin programa, sin objetivos claros, hacen de repartidores para tener todo el mundo contento, que pretenden controlar al máximo los resultados, básicamente para visualizarse y apropiarse del trabajo de los creadores.

Desde el logro de la democracia las instituciones públicas tomaron el relevo a la sociedad civil, que había hecho un trabajo clandestina pero sólida para mantener viva la cultura durante la dictadura. Este hecho, deseable en principio, ha evolucionado hasta el punto que, por ejemplo, el Palau de la Virreina, sede del Instituto de Cultura, hay un cartel que dice "La cultura de crear Cultura". He aquí el quid de la cuestión, las instituciones públicas ya no gestionan los recursos públicos con un proyecto de país como hoja de ruta, porque la sociedad civil genere cultura, sino que son ellos lo que crean la cultura. Hace unos días se celebraron unas jornadas para reflexionar con creadores y entidades de renombre sobre el futuro centro de arte del Canódromo. Alguien piensa que esto se haría con un polideportivo, por ejemplo. ¿Se harían unas jornadas entre deportistas de élite para saber qué quieren? O simplemente habría unos expertos que dirían cuál es la mejor instalación para dar servicio a los usuarios, ya sean deportistas o público.

Por otra parte, el sector cultural también se siente dueño de la cultura. Repartir recursos para contentar a todo el mundo sin una idea de lo que debe ser la cultura tiene como resultado una cultura populista, que no popular. Al no tener proyecto y gobernar para dejar contentos a los artistas se padecen desajustes que dependen de la visualización de los implicados. El teatro recibe unas buenas subvenciones para que la popularidad de sus personajes da miedo a la administración. El teatro catalán podría ser el peor de los sectores culturales, pero seguirían dándole apoyo y dándole pompa para que los actores salen cada día por la televisión pública, haciendo culebrones infumables, por cierto.

El papel de los distribuidores
Los escritores dicen que un libro, una vez publicado, deja de ser sede para devenir de los lectores. Igual sucede con las canciones. Y con el arte y el teatro y la danza y el cine? Pues no, en ningún caso, entonces las obras son los distribuidores y los gestores de derechos. Son ellos quienes deciden qué y cómo se programa, o se vende una obra, CD, libro, actuación, etcétera. Y son los primeros en quejarse de las políticas culturales si no les son favorables, pero sus intereses mejoran la cultura del país? Y, sobre todo, mejoran el acceso a esta cultura? No siempre, ni mucho menos. Sólo hay que ver temas como los derechos de autor, la SGAE, el precio de los soportes musicales, etcétera, para ver que no es así. El gobierno español, con la ministra Ángeles González-Sinde al frente, está impulsando medidas proteccionistas no para los creadores, ni mucho menos para la cultura, simplemente para los distribuidores. Cuando le acusan de está conxorxada, ella argumenta que lo hace por el bien de la cultura, y los artistas (algunos) se apresuran a salir con ella en la foto para validar las medidas.

Desde aquí pedimos al nuevo presidente del Consejo de las Artes y todos sus miembros que no quieran contentar al sector cultural. Esperamos que no se sientan representantes de nadie más allá de su criterio, que no haya cuotas de sector, que no estén al Consejo para defender los intereses de ningún colectivo, sólo el del país entero, es decir, de los que recibimos y disfrutamos de la cultura. Ojalá los agentes culturales se enfaden con el Consejo, si el motivo es que sus decisiones a favor de la cultura y no de los creadores.

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