Claret Serrahima, Oscar Guayabero (Abril, 20 de abril de 2010)
Los culebrones a la catalana son sucedáneos de la peor tradición televisiva e incluso cuando pretenden copiar las grandes series anglosajonas lo hacen sin calidad
Hace unos días Quim Monzó escribió una serie de tres columnas sobre el porqué no le gusta el teatro. Al margen de estar o no de acuerdo con sus reflexiones, algunas de punzantes y otras ciertamente anecdóticas, es de resaltar que un referente cultural se atreva a poner en duda uno de los pilares de la construcción del imaginario nacional. Porque el teatro ha sido una pieza básica de la cultura catalana subvencionada, junto con la literatura (por aquello de la lengua) y la música (durante la etapa del rock catalán). Quizás ha llegado el momento de empezar a analizar qué de bueno y de malo ha llevado a esta apuesta.
Ahora bien, desde hace unos años el teatro ha creado un subproducto que sí quisiéramos analizar. Nos referimos a las series televisivas en las que trabaja gran parte de la profesión teatral y de rebote una buena parte de la del cine. Guionistas, productores, cámaras, figurinistas, decoradores, maquilladores, técnicos de sonido y por supuesto actores. Las series, o quizás mejor decir los seriales de TV3, han tenido un gran impacto en nuestro país. La visualización de los faranduleros les ha dotado de un poder considerable. ¿Qué Conseller se atreverá a contradecir un sector que está cada tarde en casa de la mayoría de hogares catalanes? Quizá por eso el teatro se lleva un buen pellizco de las subvenciones.
Los culebrones a la catalana que se envuelven con un sello de calidad son en realidad dignos sucedáneos de la peor tradición televisiva. Olvidan una premisa: la ficción no tiene que ser realista pero sí verosímil. No los llamamos tele-basura porque no son realities, ni programas del corazón, pero apelan igualmente a la víscera, al tópico, el prejuicio, al miedo. Ocio sórdido y mediocre con coartada cultural. Pues no, ni El cor de la ciutat, ni Poblenou, ni Ventdelplà, ni Laberint d'ombres, ni La Riera son series de calidad. Incluso cuando copian, como en el caso de Infidels, que fusila tramas y diálogos completos de Mistresses, lo hacen sin calidad. Las series de televisión anglosajonas viven una época dorada: The wire, The office, Mad men, A dos metros bajo tierra, Perdidos, Flashforward, incluso Daños y perjuicios, que programa TV3, son algunos ejemplos. Personajes complejos que huyen de soluciones por defecto, tramas bien llevadas, actuaciones sutiles llenas de matices, están haciendo que el público se enganche a la pequeña pantalla. Nosotros sólo tenemos chistes casposos del tipo 13 anys i un día con la máquina de facturar Joan Pera como protagonista, enrevesados seriales salidos todos de Dinastía o Falcon Crest, con las estrellas del dolor, Emma Vilarasau y Marc Cartes. O versiones de Gent del barri que ni siquiera tienen la virtud del costumbrismo social de la británica, donde siempre encontraremos Pep Anton Muñoz haciendo de Peris sea cual sea su personaje.
La gran mayoría de los actores, y hablamos siempre de su trabajo en televisión, sobreactúan con tics de actor una y otra vez. No hay nada tan grotesco como un actor haciendo de sí mismo. No sabemos si es por falta de cultura televisiva o teatral, pero los personajes de las series son planos, previsibles. Tres capítulos antes de que haga una fechoría ya pone cara de malo, dos semanas antes de caer enfermo ya hace cara de moribundo. Hay una nueva generación de actores jóvenes que en un abrir y cerrar de ojos son actores consagrados, sólo por haber hecho cientos de capítulos de series recurrentes con guiones malos. Si seguimos por este camino el Institut del Teatre puede pasar de ser cantera de buenos actores plataforma de lanzamiento de personajes mediáticos. Eso sí, de premios que no falten, dan para dar i vender, con Joel Joan como maestro de ceremonias.
Mediocridad por todas partes
La falta de calidad no es exclusiva de nuestra televisión. El resto de cadenas, tanto públicas como privadas, hacen más o menos la misma mediocridad. Tal vez las privadas escarban más en la basura, pero a la vez también son las que exploran más formatos, desde la recreación pseudohistóricos de personajes reales, al género de misterio o copias más o menos exitosas de referentes como Urgencias. Sin embargo, TV3, "la nuestra", nos hace creer que aquí hay nivel, que se hace un "producto digno".
Mònica Terribas ha recibido un montón de críticas por una entrevista interesante a un entrevistado que no lo es tanto, pero nadie le ha reclamado que la programación mejore. Claro que ella misma avisó, cuando presentaba la temporada, que "la oferta pública en catalán debe ser líder en este país". De ahí a una lastimosa Operación Triunfo sobre La Trinca quizás hay un término medio, ¿o no? Así que mientras seguimos trabajando para ser líderes de audiencia seguiremos con culebrones en que todo el mundo sufre, conspira, mata y vive tan teatralmente que no hay quien les crea, pero que, eso sí, son de los nuestros.
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